
La nena intenta cambiar y liberar los sentimientos y sensaciones que la reprimen, le atan y desatan la garganta para jalar fuertemente hasta causar dolor, del fuerte. La nena intenta gritar, pero las cuerdas de saliva no se lo permiten. La nena intenta correr, pero el desconcierto de no reconocer su identidad y de ver mutada su esencia, la tiene pegada al piso, con ese pegamento que es difícil de extraer. La nena sonríe, sonríe pero no sabe hasta que dirección la lleva esa sonrisa… ¿Oscuro ocaso? ¿Claro amanecer?...
Pasan minutos, horas, días y la nena permanece sucumbida en el mundo al que nadie pudo entrar jamás, ni con un toque de gracia, ni con un toque de anhelo, la puerta permanecía cerrada aunque la niña no lo deseara, aunque quisiera huir con todas sus fuerzas, el viento era enemigo y la puerta su aliada, las ventanas cómplices y el techo permanecía mudo conservando la calma…
Pero la nena sigue sonriendo, eso es lo poco que le queda sin mutar de su esencia, junto con las ganas de convertir la felicidad en algo concreto, no abstracción